El altar, una verdadera obra de
arte para los sentidos, materializado por la Comisión de Altares de la Archicofradía, ya
luce resplandeciente para el triduo de febrero conmemorativo del patronazgo de
nuestra bendita Madre.
Texto: Jesús Manuel Redondo Alba
Fotografías: Antonio Rabasco Burguillos | Julián Rey Jiménez
Si pasarse por el Carmen a cualquier hora del día
supone un balón de oxígeno espiritual para nuestra alma, postrarse tras la reja
de la bendita morada de nuestra Patrona a día de hoy es amanecer directamente
en el Paraíso: en un Jardín de Cielo terrenal asentado muy cerquita de la
mágica cuesta de Los Barrancos.
Allí, donde Rute parece que expira, muy al
contrario, aparece la luz, la simetría, la perfección: el corazón celestial de la Madre que siempre late para
mantener a esta villa con vida.
Ella, como siempre: esplendorosa, radiante y gentil,
como reza su letra de Reina y Señora, dando fe de ésta última envuelta en un
halo de belleza en forma de altar extraordinario, que ni los ángeles en sus
mejores momentos de inspiración sabrían igualar aunque lo intentasen.
Telas del retablo de raso granate haciendo contraste
con el dorado del retablo, en simetría perfecta con las columnas a las que
abrazan; mesa de altar con randa de seda
natural y margaritas en blanco a base de cintas, con mantel blanco de algodón y
encaje de bolillos, también con margaritas pero con guipur… Todo en perfecta
geometría artística y en cuidadosa coordinación con el exuberante adorno floral
de astromelias y brassicas en blanco que terminan de catalogar el contexto como
una apoteosis de hermosura difícilmente explicable. Una locura de imaginación
artística que se encarga por sí sola de desnudar el más mínimo atisbo de cordura sensorial…
Y por si lo anterior fuera poco, en el centro de
toda esta batalla de sensaciones, la Reina y Señora de Rute. Con
la hermosura subida en su rostro hasta las trancas, ataviada con su sublime
saya y escapulario de chifón bordado en oro, y con su manto de paseo en terciopelo
blanco bordado en oro -ese que el pueblo de Rute le colocó sobre sus hombros en
forma de regalo por su proclamación como Patrona, hace ahora 92 años-.
La mantilla de velo con cola bordado con cintas y
rematado en punta de encaje de Bruselas no hace más que provocar nuestra
envidia al estar tan cerca del rostro de la Patrona, de esa puerta del Cielo que nos abre el
camino hacia Dios. ¡Lástima, queridos carmelitas, no ser uno de esos dos
peinecillos de plata que le recogen el pelo a la Señora, o ser una de las
doce estrellas de su corona dorada para poder susurrarle al oído lo grandioso
de su belleza!
Tampoco me importaría, al igual que a vosotros, ser
uno de los dos escapularios de plata de filigrana cordobesa para ser mecidos
por Ella en medio de su inmenso océano de pureza, ésa de la que presume su Niño
vestido de magenta para el XCII cumpleaños de patronazgo de su Madre.
Me quedo corto con sólo dar la enhorabuena al grupo
de personas responsables de ésta maravilla. Pero tengo la total tranquilidad de
que la Virgen,
a buen seguro, os lo pagará con creces.
Yo, al igual que vosotros, me consuelo ensimismándome
con su orgullosa y dulce mirada -llenándome de su serenidad que tanto
necesitamos-, pues sólo después de encontrarnos con Ella de frente (tras su
reja) podremos toparnos de lleno con
Jesús, el Fruto Bendito de su vientre.
Ojalá que dentro de otros 92 años, tu Rute siga
reclamando de ti tu serenidad, templanza y grandeza. Los ruteños terrenales de
a pie como el que suscribe aún no perdemos la esperanza de celebrar y
contemplar para entonces dicha efemérides contigo en el Cielo…
…en el de arriba, claro. El de aquí abajo, por lo
pronto, sigue estando en el Carmen.
¡Felicidades, Carmelita!
¡VIVA LA VIRGEN DEL CARMEN!
¡VIVA LA PATRONA DE RUTE POR
SIEMPRE!
¡VIVA LA REINA Y SEÑORA!
¡VIVA LA EMPERATRIZ RUTEÑA!
¡VIVA EL HONOR Y EL ORGULLO DE
NUESTRO PUEBLO!
¡VIVA LA MADRE DE DIOS!
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