Texto: Jesús Manuel Redondo Alba
Imágenes: archivo de la Archicofradía
Poco a poco, los adornos
navideños que parpadean en rejas, árboles y balcones de nuestras calles
empiezan a llamar la atención de nuestro sentido visual. Como si quisieran
imponer su mandato de atención sobre algo que ya el calendario nos recuerda por
sí mismo: la Navidad.
Son los signos inconfundibles que
nos recuerdan la presencia de la navidad terrenal, de esa navidad muchas veces
desvirtuada por nosotros mismos como consecuencia del mal uso y significado que
de ella hacemos, al desligarla cada vez más del acontecimiento más maravilloso que
jamás marcó la historia de la humanidad: la Natividad de Jesús.
De todas formas, queridos
carmelitas, los ruteños tenemos la magna suerte de poder buscar a Jesús y de
llegar a Él a través de los brazos de la Madre que lo acoge, que lo muestra, que lo luce y
nos lo acerca para que en estas fechas navideñas nuestro corazón se inunde del
Espíritu de Dios, y pueda surgir de una vez por todas lo mejor de nosotros. Esa
Madre, en Rute, se llama Carmen, y emerge ahora más esplendorosa que nunca
desde su santuario (ese idílico ‘portal’ enclavado al final de la calle Toledo
desde el cual, todo el año, resplandece de manera imponente ‘ese lucero divino
de intenso brillar’).
Esa luz, Carmen, que ahora
desprendes desde tu santuario -y que no es luz, sino la gloria y el brillo de
tu Niño Jesús- tiene, como siempre por explicación, la rotunda realidad de la soberana
y divina presencia de tu atuendo patronal. Ninguna estrella del firmamento
-sólo Tú- tiene la suerte de encontrarse vestida para Navidad con saya y
escapulario de terciopelo marrón bordado en oro, pecherín de tul bordado con
perlas y mantilla bordada. Tampoco creo que haya muchas estrellas en el Cielo
que puedan presumir, como Tú, de llevar puesto para Navidad manto de tisú
brocado, rosarios de cristal de roca, corona de plata sobredorada, gargantilla
y pendientes de perlas. Por algo, Madre, los ruteños te decimos siempre ‘hermosa
luna’ y que, con razón, ‘resplandeces mucho más que el sol’.
Eso sí: puedes estar orgullosa,
querida Carmelita, de las primorosas manos de esos tus hijos de la comisión y
grupo de camarería que, guiados por la magia de tu embrujo y ensimismados por
la gracia de tu santo escapulario, han conseguido que los ruteños tengamos la
venia de contemplarte estos días de diciembre en El Carmen luciendo con ese ‘tan
intenso brillar’.
Gracias Madre, por hacer del
Carmen en Navidad, ese ‘belén ruteño’ al que tus hijos podemos dirigirnos para
adorar a ese fruto bendito de tu vientre que luces radiante en tus brazos.
Gracias, Carmen, por hacer de tu
pelo -ahora más que nunca en Navidad- esa cadena que conecta la navidad
terrenal con la del Cielo, para así poder escapar de la tangibilidad y superficialidad
que nos rodea.
¡Llévanos de tu mano al Carmen,
Madre, y súbenos al Cielo contigo, pues sólo allí se encuentra ubicada la única,
eterna y verdadera Navidad: LA DEL NACIMIENTO DE TU HIJO!
Que así sea…
¡VIVA LA VIRGEN DEL
CARMEN!
¡VIVA LA PATRONA DE
RUTE!
¡VIVA LA REINA Y
SEÑORA!
¡VIVA LA
EMPERATRIZ CARMELITANA RUTEÑA!
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