De esta imponente manera luce la Señora y Patrona de
Rute, ya ataviada con sus mejores galas para el solemne triduo conmemorativo
del nonagésimo tercer aniversario de su patronazgo.
Texto: Jesús Manuel Redondo Alba
Imágenes: j.g. de la Archicofradía
Le pedí a mis compañeros del grupo y comisión de
camarería que me describiesen un poco el exquisito ajuar que con tanto mimo
colocarían a la Señora para el Triduo conmemorativo del nonagésimo tercer aniversario de su patronazgo, a celebrar los días
11, 12 y 13 de febrero.
Esa descripción que me realizaron del ajuar de la
Virgen, escuchada y entendida como tal, ya constituye de por sí una auténtica
clase teórica de historia: la de nuestra
Madre, sobre todo si tenemos en cuenta que el manto que luce la Reina y
Señora de Rute (de terciopelo blanco con bordado asimétrico, recogido en
cintura y rematado con encaje de hojilla) es el que le regaló el Excelentísimo
Ayuntamiento de Rute cuando fue nombrada sempiterna Patrona de nuestro pueblo.
Historia, también del arte y del sentimiento, pues amén de lo material y del
mérito que dicha pieza tiene, el significado que hay detrás de un regalo en el
que el pueblo de Rute fue el principal protagonista vale, al igual que el
bordado que lleva, su verdadero peso en
oro.
Podríamos continuar la clase teórica de arte,
queridos carmelitas, hablando de la corona de plata sobredorada con halo de
estrellas que flanquean el rostro de la Madre, del ramillete en flor y el
rosario de nácar que apalancan hasta la extenuación la pureza de las manos que
los sostienen o de los pendientes de filigrana que cuelgan de su rostro. Ése
que mira a su Niño, empanado de finura y exquisitez a base de su vestido de
terciopelo blanco bordado en oro allá por el año 1954.
Todo eso, queridos ruteños, es teoría. Porque luego
viene la práctica: la que manifiestan las espectaculares fotos cedidas por mis
compañeros de junta de gobierno de la Archicofradía y que muestran el resultado
más apoteósico de la belleza de la que, por suerte, es la soberana Patrona de
este lugar que es Rute, el cual quiso la Providencia un día que fuese para la
Virgen su ‘pedacito de Cielo predilecto’.
La hermosura desmesurada de la Señora del lugar, está
descomunalmente reflejada de una manera incontestable en esas ‘instantáneas de divinidad’ que os
adjuntamos, las cuales no son más que ráfagas de placer visual que describen
una avalancha de hermosura exorbitante de la que, los ruteños, nos debemos sentir noventa y tres veces
orgullosos.
Decía el escritor suizo Henry F. Amiel que ‘para
mirar lo justo, habría que mirar dos veces pero que, sin embargo, sólo bastaría mirar una vez para ver lo
bello.’
Siento tener que contradecir a Henry en esto último,
pues viendo el caudal de belleza y hermosura que mana de nuestra Patrona -preparada
ya para su triduo de aniversario patronal- pienso desgastar su rostro por lo menos
unas noventa y tres veces: el número exacto y mágico que este año define su
particular cumpleaños.
Gracias Madre, por hacer desaparecer de nuestra vida cualquier miseria y
temor que la contamine, por tu insustituible e innegable condición de perpetua y perenne ‘Señora del lugar’.
Un lugar que te llama María, que te apellida
Carmen y que te tendrá, por siempre, como Madre infinita y eterna…
Que así sea…
Rute con su Patrona.
Siempre Carmen. Siempre
Patrona.
¡VIVA LA VIRGEN DEL CARMEN!
¡VIVA LA PATRONA DE RUTE!
¡VIVA LA REINA Y SEÑORA!
¡VIVA LA EMPERATRIZ CARMELITANA RUTEÑA!
¡VIVA EL HONOR Y EL ORGULLO DE NUESTRO PUEBLO!
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